El ahora magistrado Teófilo Tarquino sufrió la pobreza y discriminación colonial: Vientos de cambio llevaron al Poder Judicial a un aymara

Redaccion APA
Egresado de la carrera de Derecho de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) unos días antes del golpe del ex general Hugo Banzer Suárez (1971), Téofilo Tarquino Mújica nacido en la comunidad de Arcata, cantón Guaqui de la provincia Ingavi del departamento de La Paz, es el primer magistrado aymara que integrará la Corte Suprema de Justicia, organismo máximo de la justicia boliviana. Los cambios en Bolivia soplan fuerte a partir de la denominada Guerra del Gas de octubre del 2003 y la posesión del primer presidente indígena, ese viento al parecer también ha contagiado al Poder Judicial, llevando al juez de Guaqui y Sica Sica a una de las sillas de su palacio erigido en la ciudad de Sucre.

Con 63 años encima, de los cuales la mayor parte fue lacerada por la discriminación racial, cultural y política, Tarquino viajará por segunda vez en avión –la primera lo hizo a Cochabamba- a Sucre para posesionarse como magistrado. Después de rendir un examen exhaustivo frente a los parlamentarios, donde toda respuesta a las preguntas respondió en aymara, junto a otros tres magistrados complementará las cuatro vacancias en la Corte Suprema de Justicia. La segunda semana de julio fue posesionado en el Palacio Legislativo, donde le acompañaron los jilakatas (autoridades originarias).

Hasta hace poco la popular comadre y parlamentaria Remedios Loza Alvarado, ex jefa del partido Conciencia de Patria (Condepa) y el diputado por la misma tienda política ocupaban el espacio de los más sobresalientes hijos de Guaqui. Tarquino, que ya tiene distinciones de reconocimiento en el pueblo que un día se convirtió en un puerto de Bolivia y donde varias locomotoras guardan historias, ha copado el campo de personajes más sobresalientes de la población que se halla a por lo menos 70 kilómetros de la ciudad de La Paz.

Visiblemente con el rostro herido por los fuertes vientos que reinan en el altiplano y la alegría de las cacharpayas (fiestas), Tarquino una y otra vez repite que sus raíces corresponden a los pueblos aymaras y en esa condición afirmó que la responsabilidad se multiplica, aún más cuando hay que responder a las esperanzas de los pueblos, los pobres y todas las personas que deben ser respetados por ser seres humanos.

Vientos de cambioMirar, pero vivir como ciegos
Desde la colonia, a los descendientes de los aymaras se les permitía mirar pero no ver, ya que se les prohibía aprender a leer y escribir. Lorenza Mújica, madre del actual magistrado, durante toda su vida formó ese ejército inmenso de aymaras que teniendo ojos no podían ver el conocimiento. “Leyin quelcañ juyqutwa, jumay yateqanim” (yo soy ciega para leer y escribir, tú tienes que aprender), le encomendó, lo que se convirtió para Tarquino en un compromiso de vida y que le dio fuerzas para terminar su carrera de abogados, por encima de la cruda discriminación que campeaba en las ciudades de Bolivia hasta el siglo XX.

Ahí en un uno de los rincones de los recuerdos que esconde en su vivienda que comparte con su esposa Isabel Torres y sus tres hijos, el flamante magistrado aymara guarda aún los wiskus (abarcas con planta de llanta de vehículo) con los que iba a la escuelita Daniel Sánchez Bustamante. Echando tinta sobre los improvisados pupitres

“Jittam, jittman mama jaqa marqataw” (recorre señora, eres de otra comunidad), le decían a Lorenza Mújica en las fiestas del pueblo de Guaqui porque no ostentaba recursos. Esa imagen que siempre retuvo en su cabeza, sirvió como una fuerza incontenible al actual magistrado aymara para que todos los días se esfuerce para superarse.

Los inmensos eucaliptos del bosquecillo de Pura Pura, situado en la ciudad de La Paz, lugar que también fue testigo de la masacre de los fabriles en Villa Victoria antes de la década del 52, son los vigías que pueden testimoniar los esfuerzos del estudio de Tarquino. El lugar era y sigue frecuentado por los estudiantes y universitarios, debido a que el silencio que impera les permite concentrarse en los estudios.

Sólo por vestir una chompa de lana de oveja y hablar defectuosamente el español, Tarquino estaba obligado a sentarse en el último asiento del curso en la UMSA, la discriminación por entonces era infranqueable. “Yo tenía que saludar a los demás, por obligación y ‘respeto’”

Por la situación económica, no pudo guardar los libros de Derecho, debido a que tenía que venderlo para comprar otro para seguir la carrera, no había fotocopias. “Había un tal Nicolás que no recuerdo su apellido nos ayudaba”, recordó con nostalgia de su ángel guardián.

Si la cara no delataba, era el apellido el que creaba barreras para que uno sea empujado al pozo de la discriminación, por lo que los descendientes de los aymaras tenían que estudiar solitos. Sin embargo, el compromiso que contrajo con su madre, hizo que tarquino venza paso a paso los obstáculos sociales. “Jumaj laku mamita” (por ti mamita), se deba fuerzas.

Antes del 21 de agosto de 1971, día en que el ex presidente Hugo Banzer Suárez, en su condición de coronel militar, dio el golpe de Estado e instauró un régimen de dictadura, persecución y exilio, se graduó como abogado. Para asistir al acto de graduación que se realizó en el Paraninfo de la UMSA, le pidió a Lorenza que se vista con su mejor pullu (manta en base a lana de oveja). Ese día, ella la que se consideraba ciega sin perder la vista, habría sido la primera mujer de pollera que asistió a un acto de graduación.

Para Tarquino ese día fue una gran jornada, porque por primera vez le daba un sopapo al sistema de discriminación. En el acto, los ojos del rector, los decanos y docentes se dirigieron con administración a la ropa de la mujer indígena. Después de la graduación, en el pueblo de Tarquino hubo la fiesta a lo grande, con pinquillada (especie de pífanos) que se denomina anatiris (jugadores).

Ya con la destreza de buen leq’entiri (sonador) de las teclas de su primera máquina de escribir “Royal” que le compró su padre, Tarquino ocupó un lugar del pasillo de una oficina de un abogado amigo. Una monja que llegó al pueblo de Guaqui, le enseño a escribir con los cinco dedos.

Antes de ocupar el pasillo, para ejercer su profesión con pocos recursos económicos y acompañado de su hermana se compró del “t’anta qatu” de La Paz (puesto de cosas usadas) una mesa de cocina con sus cerámicas para habilitarlo como escritorio. No alcanzaba la plata para comprar uno verdadero. El mueble se uso por alrededor de tres años.

Por mucho tiempo no tuvo bastantes clientes, aunque su “oficina” siempre permanecía lleno, ya que acudían los campesinos. Su rincón estaba situado en una de las oficinas de la Federación de Fabriles en La Paz.

El abogado Teófilo Tarquino, manteniendo su origen y hablando más que nunca en aymara, llegó a ser juez en la ciudad de El Alto y la población de Sica Sica, provincia Aroma del departamento de La Paz. Afirmó que nunca perdió el apetito por la quispiña (galleta de quinua), el qathi (papa con cáscara cocida) y el chuño (papa deshidratada) ni perdió el ritmo en los bailes del punchawi y las cacharpayas.

El día que se posesionó como magistrado en el Parlamento Nacional, al igual que en su graduación como abogado, acompañado de los jilakatas de Guaqui, retornó a su pueblo para celebrar

“Cuando muera van a llevar mi cuerpo bailando al ritmo de pinquilladas y al terminar de dar vueltas me arrojarán a la fosa del cementerio de mi pueblo”, manifestó al asegurar que extrañará a Guaqui porque ha vivido ahí bastante tiempo. Pero ahora alista sus maletas para asumir su cargo y cumplir a cabalidad, ya que considera que el espacio que abrió para los aymaras y los pobres cada vez debe ser más ancho para llegar a la Corte Suprema y hacer de ese poder en otro instrumento del pueblo.

v o l v e r