Mea culpa de la Iglesia

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“Los males que hemos causado de diferentes maneras, contradicen nuestra vocación cristiana, nos duelen y avergüenzan profundamente y quitan confiabilidad a la Iglesia.

curas y mas curasEl grave daño que causan estos pecados, que a veces son verdaderos delitos, nos llevó a la petición de perdón con que hemos iniciado esta Eucaristía”, confesó el cardenal chileno Francisco Javier Errázuriz, al dirigirse al pueblo a nombre de la Iglesia Católica.

En la culminación de la peregrinación por el país de la imagen de la Virgen del Carmen —regalada a la Iglesia Católica chilena por el Papa Benedicto XVI, con motivo del Bicentenario—, los obispos centraron la ceremonia en una amplia solicitud de perdón, en que invocaron diversas materias en que la institución religiosa ha cometido pecados.

Según el diario La Nación, de Chile —de capitales estatales y privados—, las palabras de Errázuriz fueron atentamente seguidas en una pantalla gigante por el presidente Sebastián Piñera y su esposa, Cecilia Morel, desde una tribuna ubicada a un costado del templo.

Flanqueado por 33 obispos, el cardenal Errázuriz acompañó la llegada de la imagen de la Virgen desde los muros en ruinas del antiguo Tempo Votivo de Maipú hasta las escalinatas del nuevo.

Es que quienes conducen la Iglesia Católica, Apostólica y Romana —con aproximadamente 500 millones de fieles repartidos en los cincos continentes y bajo la autoridad del Papa— son seres humanos y, por lo tanto, sujetos a cometer errores e incluso delitos.

En este contexto, durante el trayecto de la peregrinación, los obispos chilenos leyeron una solicitud de absolución

“Por todo el bien que hemos dejado de hacer, por los pecados de los pastores y consagrados, por los pecados contra la unidad de la Iglesia y contra el respeto debido a otras confesiones religiosas; por los pecados contra la auténtica tolerancia, contra el respeto a los pueblos originarios, contra la justicia social, por los pecados de violencia política, por los pecados de violaciones de derechos humanos fundamentales, por los actos y gestos que han ofendido y dañado la dignidad de las personas, por los pecados en la transmisión de la fe y el relativismo moral, por los pecados en contra de la vida y la creación, por todo aquello que nos hace indignos del nombre de cristianos”.

La mea culpa expresada por la Iglesia Católica chilena la reinvindica porque condena la conducta asumida por algunos de sus miembros, entre ellos varios jerarcas que fueron cómplices de la sangrienta dictadura militar del general Augusto Pinochet que cobró al menos 3.000 víctimas, entre quienes se consideraba ‘extremistas, ‘comunistas’ ‘ateos’ y ‘enemigos de Chile’ y, por lo tanto, sujetos a ser ilegalmente encarcelados, torturados, muertos y, finalmente, desaparecidos.

Uno de los sacerdotes que ‘bendijo’ la dictadura pinochetista y, por lo tanto, el asesinato impune de personas indefensas, es Raúl Hasbún, quien, antes de la asonada del 11 de septiembre de 1973, fue parte central de una fanática campaña para derrocar al gobierno del presidente socialista Salvador Allende.

Instalada la dictadura de Pinochet y siempre a través del canal católico de televisión que dirigía, Hasbún dedicó sus mejores panegíricos para sacralizar y justificar la brutalidad del régimen. Su intervención era el preludio obligado a los discursos del dictador en las cadenas nacionales de televisión.

Años más tarde, su oratoria odiosa exigiría a los militares más “mano dura” contra la oposición. Este sacerdote es un ejemplo de los prelados que respaldaron a un régimen genocida y violador de los derechos humanos.

El cura de marras fue una de las voces de la Iglesia Católica chilena que criticó al juez español Baltazar Garzón, cuando éste ordenó la detención de Pinochet.

“Es un sinvergüenza”, acusó Hasbún al magistrado, quien logró que el dictador permaneciera preso en Londres durante 503 dias, jornadas en las que la impunidad en Chile estuvo amenazada, antes de que el entonces el ministro de Interior británico, Jack Straw, lo liberara arguyendo “razones humanitarias”.

Otras célebres frases de Hasbún en defensa de una dictatura criminal tienen el sello de un ser que despreciaba la vida, paradógicamente en nombre de Cristo. “Chile debe respetar y agradecer” la existencia de la DINA y otros organismos de inteligencia y terror creados por Pinochet, que secuestraron, torturaron y mataron con impunidad. “El sufrimiento de Pinochet (cuando estuvo preso) es igual al sufrimiento de Jesucristo”, etcétera, etcétera.

No obstante, la mayoría de los miembros de la Iglesia Católica chilena mantuvieron una posición digna frente a las atrocidades de la dictadura.

Es que por una iglesia liberadora e identificada con los pobres cuatro sacerdotes fueron asesinados (Woodward, Alsina, Gallegos y Jarlan), uno detenido y desaparecido (Llidó), decenas de curas y monjas recluidos en centros de tortura, 106 sacerdotes y 32 religiosas que tuvieron que abandonar Chile durante los primeros cuatro meses del golpe y muchos otros expulsados en los años siguientes.

La dictadura chilena destruyó templos, allanó locales, persiguió y aterrorizó, tanto a laicos como a agentes pastorales, con el propósito de someter a la Iglesia Católica y legitimar la indignidad por la que atravesaba Chile.

Por esos hechos es que el cardenal Errázuriz pidió perdón “por los males que hemos causado de diferentes maneras”.

Una actitud digna que debería ser imitada por otras jerarquías católicas, porque recoge la iglesia que nos legara Jesucristo y mira la historia desde la realidad de los marginados, de los excluídos, de quienes fueron víctimas de una atroz dictadura que despreció la vida y sembró Chile…, de muerte.

V o l v e r