Los obispos ingresan en política

Fortunato Esquivel
El 16 de noviembre concluyó la 90 Asamblea Episcopal de Bolivia con su preocupación ratificada, por los caminos que recorre el actual proceso de cambio que vive Bolivia y es liderada por un auténtico representante de los pobres.

Curas en políticaEste encuentro, será recordado por sus anuncios encubiertos para ingresar de pleno en el campo político, del cual el anterior papa intentó sacarlos para diferenciarlos de los “curas tercermundistas”, hoy completamente dispersados y muchos expulsados, gracias a la tesonera labor de su santidad Benedicto XVI.

Los jerarcas dejaron en claro que continuarán sus críticas al gobierno, al que tildaron por “no ser transparente, no desarrollarse en ambiente de diálogo y por convertir a la actual democracia en formal donde las libertades son restringidas”. Una verdadera lección para los partidos neoliberales hoy sin discurso.

Lanzaron una teoría contrapuesta a la de Juan Pablo II en Puebla. Mientras Wojtyla les ordenaba claramente que la tarea del clero es trabajar en el campo religioso y no participar en política, porque la Iglesia no es un movimiento social, sino movimiento religioso, los obispos que trabajan en Bolivia, dicen lo contrario.

Reunidos en Cochabamba, acaban de establecer que la Iglesia no se puede reducir a una relación íntima, de una iglesia encerrada en el templo. Por el contrario, es para servir a la sociedad. Esto nos hace entender que los jerarcas se han convertido en un movimiento social más, de los muchos que existen en Bolivia. Unos a favor y otros en contra del proceso de cambio.

Para deleite de los alicaídos partidos de derecha, los obispos adoptaron su discurso al señalar que los bolivianos viven “en medio de extrema pobreza, narcotráfico, alza de precios de la canasta familiar, democracia a menudo formal y poco participativa”.

Al comenzar la reunión, criterios en ese sentido fueron emitidos por el obispo de Sucre Jesús Pérez, el mismo que el 24 de mayo de 2008, tocó a rebato las campanas de su catedral para que el pueblo salga y humille a los campesinos que llegaban para recibir a su presidente Evo Morales.

Nos parece una hipocresía que los “representantes de Dios” se refieran a la extrema pobreza de los bolivianos y no recuerden que con su valiosa contribución, ésta se arrastra desde hace 500 años.

Hacen referencia al narcotráfico, pero callan convenientemente que durante Wojtyla, el Banco del Vaticano, se convirtió en la principal lavandería de las ganancias del narcotráfico. Allí llegaban en maletas por entre los guardias suizos y subían las escaleras hacia sus arcas. Así dice David Yallop en su libro “El Poder y la Caída”.

Los obispos moquean por el alza de precios de la canasta familiar, pero callan sobre el alza del cemento, el azúcar, el aceite y otros productos industriales elaborados por la burguesía a la que defienden y está interesada en crear descontento.

Aunque viven en una autocracia dictada desde el Vaticano, reclaman por la democracia que denigran como “formal y poco participativa”. Estos mismos quedaron con la boca zurcida durante el neoliberalismo cuando se convirtió en pasanaku con el nombre de “democracia pactada” y que en verdad era dictadura.

Pocas dudas quedarán de esta reunión de obispos. Para nosotros, es el anuncio formal de su ingreso en el terreno político. Hay que cuidarse de estos nuevos políticos. Tienen experiencia de 2000 años.

    Teología de la opresión

Nidia Díaz
Como ayer, hoy hay fariseos, católicos que se creen perfectos, limpios e incuestionables. Los políticos de derecha generalmente son religiosos, van a misas, les gustan las bendiciones, cuelgan crucifijos en sus cuellos, hacen regalos a la Iglesia y a los curas, invitan a comer a sus casas a los sacerdotes y obispos para tenerlos de sus aliados y, luego, usarlos.

¿No recuerda a ese viejo político del MNR que con rosario en mano fue golpista con Natush Busch?

Pocos obispos y cardenales en el mundo optaron por los pobres. Casi todos no saben lo que es pisar el barro donde viven los pobres y marginados, están acostumbrados a las alfombras, al oro, a las comilonas, a los mimos de los adinerados.

En la Iglesia también hay racismo y discriminación. Es imposible que un sacerdote de origen humilde, un campesino por ejemplo, llegue a ser obispo. Puede haber casos excepcionales. Pero la norma es que los descendientes de familias ‘prestigiosas’ se conviertan en purpurados.

Es en la Iglesia donde tiene que haber mayor descolonización y aplicación de una teología de la liberación y no de la opresión, del sometimiento, de la servidumbre.

La Iglesia es la más antidemocrática de las instituciones y la más violadora de la libertad de expresión. El Papa nombra a los cardenales de manera arbitraria y dictatorial, y éstos, luego, son los únicos electores de un ‘Santo Padre’. El Papa, también, nombra a los obispos para todo el mundo sin la participación del Pueblo de Dios. No suele haber ni consultas en las parroquias.

El cura o la monja que se atreva a hablar diferente a los jerarcas es confinado a una parroquia alejada bajo estricto silencio. Son miles de sacerdotes y religiosas que fueron expulsados de la Iglesia sólo por pensar diferente. No tuvieron derecho ni siquiera a la defensa. No olvido aquel gesto del papa Juan Pablo II cuando se negó a dar la mano a Ernesto Cardenal porque había asumido un cargo en el gobierno revolucionario de Nicaragua.

Como contradicción a eso, sacerdotes que fueron capellanes de dictadores fueron ascendidos a obispos y otros curas acusados de pedofilia son bien protegidos si es que son defensores de la ‘sana doctrina’ y del orden constituido.

Las normas religiosas establecen que el pueblo de Dios no gobierna ni delibera. Sólo los obispos, supuestamente nombrados por voluntad de Dios, cuando en realidad son elegidos por el dedo de un ‘Santo Padre’, son los voceros de la Iglesia. Ni siquiera los laicos tienen la libertad para opinar. Esas organizaciones de laicos que aparecen estos días son simples entes de empleados de los jerarcas.

¿Los monseñores —que con soberbia lanzan mensajes de democracia en todo el mundo— serán capaces algún día de ser demócratas?
¿El pueblo algún día podrá elegir a su párroco, a su obispo, a su cardenal o al Papa?
¿Los fieles podrán ejercer el control social en los templos, colegios, institutos y demás máquinas de hacer dinero en la Iglesia?
¿La Iglesia será capaz de instalar tribunales de ética para juzgar el comportamiento de algunos descarriados?
¿Usando la inteligencia que les dio Dios, algunos sacerdotes, religiosas, teólogos, laicos, tendrán libertad para cuestionar algunos dogmas de dudoso origen?
¿El Papa, los cardenales y los obispos tendrán el coraje de someterse a un referéndum o a un revocatorio?
¿Alguna vez se atreverán a preguntar al pueblo sobre cuestiones de moral, de sexo, de matrimonio y de otros temas en vez de imponer catecismos, encíclicas y demás leyes arbitrarias e inhumanas?

V o l v e r