De periodistas, miedos y ‘colonizadores’

Yuri F. Tórrez / la-razon.com
La representación del cerco a la ciudad de La Paz, como parte del levantamiento indígena de Túpac Katari en 1781, fue construida en torno a una imagen aterradora del aymara, reflejada por ejemplo en la crónica de Francisco Tadeo Díez de Medina —funcionario (u oidor) que impartía la justicia real española— quien al momento de condenar a Katari a ser descuartizado, se refirió a los insurgentes con un discurso colonialista alimentado por prejuicios y estereotipos y, por tanto, racista:

miedo“Ellos son, ciertamente, malos, traidores, rebeldes, apóstatas, ateístas, iconoclastas, sacramentarios, incendiarios, ladrones, cuatreros, asesinos, feroces, sacrílegos y profanos”, relataba la crónica. Así, tal representación de la “invasión aymara” constituye en germen de un miedo que se ha arraigado en el imaginario de algunos sectores de la élite paceña.

Este imaginario se reactivó muchas veces, sobre todo en aquellos momentos de alta conflictividad protagonizados por los indígenas. Por ejemplo, en el curso de la rebelión de Jesús de Machaca en 1921, un articulista paceño de El Tiempo recordaba el cerco a La Paz, calificando a Túpac Katari como “ebrio de furor y de licor (…), del que abusaba con alta frecuencia”.

Respecto a la rebelión de Zárate Willca, el mismo articulista decía: “Después de la revolución (federal), el indio Zárate, que se proclamó caudillo o Willca de los indios, hacía trabajos para sublevar las indiadas de La Paz y Oruro contra los vencedores y exterminar a todos los blancos de la República”.

Décadas después, al despuntar el siglo XXI, Felipe Quispe, el Mallku, protagonizó una revuelta indígena en el altiplano paceño, exhortando a reeditar el cerco de Túpac Katari.

Este anunció generó preocupación entre algunos intelectuales, quienes incluso recordaron en sendos artículos el cerco de Túpac Katari y la rebelión de Zárate Willca, para dar cuenta de los riegos eminentes de una eventualidad invasión aymara sobre la ciudad de La Paz.

Uno de ellos decía textualmente: “la memoria histórica nos dice que cada levantamiento indígena o rebelión regional fue agotada en sangre”. Como se puede observar, ciertamente hay un miedo instalado en aquel imaginario sureño, que no posibilitó una fluidez comunicativa (en términos de Habermas).

Hace unos años el cineasta Juan Carlos Valdivia mostró ese temor en la película Zona Sur, donde hurga el avispero al remover las complejas articulaciones culturales de la sociedad paceña. Una de las facetas de esa incomunicación es la persistencia de ese miedo por el “otro”, en este caso por el aymara, que subyace hoy con más fuerza, posiblemente por la presencia de aymaras convertidos en emergentes empresarios que van ocupando espacios comerciales en la mismísima zona Sur paceña.

Hace poco, esa visión racializada se puso en evidencia en la tapa de un periódico paceño, que tituló: “Comerciantes del Gran Poder ‘colonizan’ la zona Sur de La Paz” (aunque después de percatarse de su “error”, en la edición digital reemplazaron la palabra “colonizan” por la frase “ganan terreno”).

La nota periodística da cuenta de la emergencia de un grupo económico de origen aymara a quienes señalan de “colonizar” aquellos espacios que antes eran privilegio de las élites aristocráticas paceñas.

Ese polémico título, más allá de un equívoco rotulador trasnochado, devela la persistencia de un colonialismo interno, ya que el contenido de la nota versa sobre esa dizque “avanzada indígena” que “gana terreno”; afirmación que, como dice el comunicador Luis Braun, es “tendenciosa y racista” y tal parece que a quienes escribieron esa “noticia” les ofende este tipo de movimientos económicos que parecieran perturbaran la armonía de la zona Sur.

V o l v e r