PUEBLOS ORIGINARIOS

Emiliano Bertoglio / diciembre de 2009 – julio 2010 / Río Cuarto (ciudad que en sus orígenes fue frontera y fuerte militar de lucha contra los pueblos originarios del lugar)

La mano buena que acaricia al bárbaro abatido
Muchos sectores de los pueblos originarios se encuentran en emergencia alimentaria y sanitaria, por mencionar sólo los aspectos más visibles y urgentes de sus necesidades.

Esta realidad es cíclicamente puesta en escena según lo manden los intereses político-partidarios y de los medios. El lento genocidio de las comunidades aborígenes fue deslizándose a lo largo del tiempo desde la negación directa al sutil paternalismo que anula la diferencia y somete.

El carácter autoconciliador de las actuales dádivas caritativas se antepone al cuestionamiento de las circunstancias –siempre políticas- que llevaron al otro, al que recibe, a condiciones indignas e injustas. Vigencia del supuesto moderno civilización / barbarie.

Necesidad de reconocer los procesos de resistencia que tejen los conjuntos históricamente soslayados y negados. Desde hace algún tiempo y como si fuese el último grito de la moda burguesa se organizan por doquier grandes colectas y campañas de beneficencia para llevar el progreso a aquellos tobas o wichis del Impenetrable Chaqueño, que quién sabe por qué inexplicable fatalismo universal se encuentran en el último escalón de la dignidad humana.
En 2007 se denunciaron un promedio semanal de alrededor de 92 nuevos casos de desnutrición grave1. Como causal de la muerte, a la desnutrición se suman el chagas y la tuberculosis.

Pero el aborigen es atrasado por su histórica e incomprensible obstinación a no asumir las pautas de trabajo del hombre supremo.

Entonces medios de comunicación, otros grupos empresariales camuflados tras la pantalla del marketing social, artistas del mundillo de la fama frívola, fundaciones de identidad real desconocida y ciertos sectores pequeño-burgueses mancomunan esfuerzos y sensibilidades en estas cruzadas salvadoras…

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(otro tema de Emiliano)
Eterno y silencioso rostro ranquel

(Escuela, poder, identidad)
En las regiones europeizadas de Argentina se ha naturalizado la supuesta inexistencia, dentro de la actual conformación social, de herencias provenientes de los pueblos originarios. Es que no sólo las armas y el sometimiento físico pueden acallar.

Otros medios son útiles a la constitución de subjetividades complementarias de aquellas, como por ejemplo la escuela y su relato particular de la Historia. Las páginas que siguen entretejen vivencias personales del autor con interpretaciones historiográficas.

Se respira un aire solemne y tenso en esta aula vacía de otra gente más que de este profesor-que-profesa y de ese-alumno-que-no-tiene-luz. En tanto, no puedo menos que sonrojarme al imaginarme cuáles son sus dimensiones no vistas, encubiertas por todas estas cosas que le pregunto y que debe saber.

Mientras trata de explicar el examen definitivo se me ocurre que ella es otra cosa, mucho más importante y significativa de la que le demanda esta instancia escolar.

Trato de recrear qué guarda detrás del rostro que hereda: moreno, redondo, joven, bellísimo. Con seguridad, ranquel.
Sus rasgos y su color no son como los de muchos otros niños, que aunque a todas vistas son no-europeos, sus raíces se pierden en el laberinto oscuro del tiempo (en su lejanía tal vez árabes, o hijos de mestizajes tan múltiples como inextricables).

No. El suyo está suavemente esculpido sobre el tono introspectivo del algarrobo, a la par que repite el dibujo que los expedicionarios militares y eclesiales de Tierra Adentro describieran1.

Me afirmo a mí mismo que ésta no es una búsqueda esencialista preocupada por encontrar atributos biológico-raciales plenos e incontaminados (como si se tratase de un racismo positivista de signo positivo). Nada más lejos de mis intenciones y convicciones –así también las de caer en el prejuicio o el paternalismo-.

Me asalta con inquietud, en cambio, la idea clara de que siga siendo secreto el bagaje cultural y social de su pasado y presente: quién es ella en lo profundo, qué vicisitudes a lo largo de la historia la han constituido como tal, y cómo a través de ella sigue floreciendo lo supuestamente desaparecido y superado desde incontables décadas…

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(otro tema de Emiliano)
La tiranía del hombre verde apresado por la modernidad capitalista

La racionalidad moderna vigente se caracteriza entre otras cosas por imaginar al hombre como separado de la naturaleza. Se da lugar así a la idea de que el sujeto es diferente y superior a toda otra forma de vida (considerada simple entorno). Esta concepción atraviesa a instituciones y prácticas occidentales en conjunto. ¿Pueden los movimientos ambientalistas, por su parte, cambiar verdaderamente algo en tanto no superen el antropocentrismo?
Ideas como preservación del medio ambiente (o ambientalismo), defensa del entorno natural, ecología, entre otras, son frecuentemente invocadas para designar la lucha comprometida por condiciones sanas de subsistencia para las sociedades.

Sin embargo, cada uno de estos conceptos encierra en su médula, sin poder superar, el supuesto de la separación entre hombre y naturaleza, como si una y otra fuesen esferas antinómicas, opuestas, irreconciliables. En tanto creador de cultura el sujeto de hoy se imagina incontaminado de las esencias primitivas propias a lo natural. Se piensa en lo más íntimo de su condición humana como ajeno, externo y sustancialmente diferente a su entorno. Y actúa en consecuencia, pretendiendo dominio o al menos autoridad sobre él.

La historia de esta escisión es tan antigua como la modernidad capitalista misma. El nacimiento del cúmulo de representaciones constitutivo de ella ha implicado, entre otras cosas, el autoconcepto de un señorío blanco superior a toda otra forma de existencia, animada cuanto no, que pasa ahora a rodearlo. Él es el centro, y lo demás simple entorno.

De allí el principio de que la naturaleza indómita debía ser sujetada: mensurada, dividida, traducida a mercancía. Lo natural, lo no-europeo, era a partir de entonces factible de conquista y apropiación imperiales. Desarrollarse como civilización implicaba amoldar todo lo salvaje a la propia imagen y semejanza. Cuasi un mandato celestial para el cual occidente articuló las herramientas cognoscitivas necesarias (matemáticas, ingeniería, ciencias positivistas en general). Es este andamiaje de poder el posibilitador del surgimiento de la propiedad privada…

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(otro tema de Emiliano)
Relojes-rieles-rejas: el color de la palabra

Emiliano Bertoglio: katari.org
La extensión del sistema de explotación capitalista de la tierra hacia las latitudes más australes de América se efectuó a partir de la apropiación violenta del espacio y de la destrucción de la profunda cosmovisión aborigen.

Con el tiempo, el mal denominada “Campaña del Desierto” se transformó en símbolo representativo de tantos otros genocidios efectuados por el mundo ilustrado y desarrollado contra los pueblos aborígenes.

No son pocas las voces del propio poder cívico-militar que la ejecutó las que reconocen la bestialidad de la incursión.
No obstante, permanece in cuestionada en su verdadera dimensión, quizá por haber sido realizada en pos del modelo de relación sujeto-medio hoy dominante en la zona pampeana.

Construir las tierras del sur argentino como espacio económico-productivo de acuerdo a los parámetros europeos requirió de la imposición de:

Las rejas (ya no la tierra como lugar de la vida, sino como sustento de un sistema productivo generador de riqueza privada).

Del reloj (el tiempo lineal sustituyó el circular, fundamento aborigen de la armonía hombre-mundo).

De los rieles (medios indispensables para el tráfico de dichas riquezas, y que a futuro pasarían a considerarse emblemas del “progreso gringo”).

Y Julio A. Roca allanó el camino para esto. Ejecutó su proyecto con tal vehemencia que la empresa militar de 1879 se ha constituido con el tiempo en un relato símbolo una “muestra” de todo lo efectuado por el entonces aún naciente Estado nacional contra los pueblos de la tierra.

Por ello, este recorrido documental que por momentos trasciende las escisiones espaciales y temporales que separan entre sí los diferentes testimonios convocados. Hechos que igual se unen en el propósito de legitimar la campaña de exterminio aborigen.

Llegado 1878, Roca necesitaba consenso político y financiación gubernamental para su proyecto.

Por esto envía un mensaje al Congreso de la Nación, refrendado por el presidente Nicolás Avellaneda, en el cual argumenta que: “Es necesario ir directamente á buscar al indio en su guarida, para someterlo ó expulsarlo.

Hasta nuestro propio decoro como pueblo viril nos obliga á someter cuanto antes, por la razón ó por la fuerza, á un puñado de salvajes que destruyen nuestra principal riqueza y nos impiden ocupar definitivamente, en nombre de la ley del progreso y de nuestra propia seguridad, los territorios más ricos y fértiles de la República.

Tenemos seis mil soldados armados con los últimos inventos modernos de la guerra, para oponerlos á dos mil indios que no tienen otra defensa que la dispersión, ni otras armas que las lanzas primitivas.

Terminada esta primera etapa de la Campaña la cual será continuada con Roca dirigiendo desde la presidencia que le llega casi como un premio a sus acciones el General envía un informe al Congreso en el cual enumera una cantidad de 14.172 indios muertos, reducidos o prisioneros.

Si por genocidio se entiende el exterminio sistemático de un grupo étnico, el propio militar asume aquí el que acaba de realizar en el lejano “desierto”.

En el mismo mensaje, con gozo y júbilo agrega: “El éxito más brillante acaba de coronar esta expedición dejando así libres para siempre del dominio del indio esos vastísimos territorios que se presentan ahora llenos de deslumbradoras promesas al inmigrante y al capital extranjero”.

Pero el resultado del proyecto no significó sólo la felicidad del General, sus tenientes, coroneles y soldados.
El intelectual Estanislao Zeballos expresó con su pluma poco después de las acciones: “El rémington les ha enseñado a los salvajes que un batallón de la república puede pasear por la pampa entera dejando el campo sembrado de cadáveres”.

Como se interpreta, la eliminación sistemática del aborigen no era ni idea nueva ni sueño de pocos. Sarmiento, por caso, dejó claras sus intenciones en diversas ocasiones antes de la Campaña: “¿Lograremos exterminar los indios? Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar.

Esa calaña no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si reapareciesen. Lautaro y Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son todos. Incapaces de progreso.

Su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se los debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado”.

Y en Buenos Aires el diario “La Tribuna” alentaba en 1870: “para acabar con el resto de las que fueron poderosas tribus, ladrones audaces, enjambre de lanzas, amenaza perpetua para la civilización, no se necesita ya otra táctica que la que los cazadores europeos emplean contra el jabalí. Mejor dicho contra el ciervo.

Porque el indio es ya sólo un ciervo disparador y jadeante. Es preciso no tenerle lástima”.

Otro ejemplo del pensamiento extendido en la época quedó testimoniada por Juan Bautista Alberdi. Quien también diera vida a la Constitución Nacional escribió: “No conozco persona distinguida de nuestras sociedades que lleve apellido pehuenche o araucano.

¿Acaso alguien conoce a algún caballero que se enorgullezca de ser indio? ¿Quién de nosotros acaso casaría a su hermana o a su hija con un indio de la Araucanía? Preferiría mil veces a un zapatero inglés”.

Y este sustrato ideológico segregador se heredaría; de generación en generación, de institución en institución.
“Villa heroica del desierto. Con la sangre de tus hijos se han escrito tus hazañas. Ya viene el salvaje, ya se oye el tropel, ya se oyen los gritos del fiero ranquel. Villa heroica, sola frente al indio pampa, desafiando su fiereza con la cruz y con la espada”. Con este orgullo es rememorada la lucha contra el indio por la Canción Oficial del Municipio de Río Cuarto (Córdoba), declarada como tal en 1973.

La letra se podía cantar por las dulces voces de los niños de las escuelas primarias hasta los años 90, cuando paulatinamente fue quedando relegada.

Lejanos o no, los ecos oídos a través del tiempo no necesitan comentarios o interpretaciones adicionales: son el verbo de las mentes que engendraron, ejecutaron y celebraron la muerte. Voces salidas del matador o de sus legitimadores: palabras tintas con la sangre escupida a borbotones de las fauces feroces.

Tras el breve momento humano de los siglos, los gritos bestiales contrastan inconciliablemente con el naciente despertar y reemerger de lo propio que hoy anuncian los pueblos aborígenes del Sur y del resto del Continente: sonidos milenarios que no han podido ser desterrados por el fuego del fusil. (…Ni por el estruendo de relojes, de rieles, o de rejas).

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