“Si Estados Unidos no podía controlar a América Latina, ¿cómo iba a dominar al mundo?” – Henry Kissinger

Eva Golinger / centrodealerta.org
La Revolución Cubana ha sido víctima de las agresiones imperiales durante medio siglo. Atentados de magnicidio contra el comandante Fidel Castro, invasiones militares, actos terroristas, operaciones psicológicas, guerra biológica, guerra climática, bloqueo económico, terrorismo diplomático, contrainsurgencia y subversión, son algunas de las tácticas y estrategias de agresión ejecutadas contra la isla caribeña durante las últimas cinco décadas. El inmenso esfuerzo imperial para asfixiar y destruir el proceso cubano con estos mecanismos de terror ha evidenciado su determinación para impedir el éxito de un modelo desafiante. Aunque no han logrado su objetivo —no han podido romper la moral y el avance de la Revolución— los Estados Unidos siguen diseñando y aplicando nuevas técnicas y modalidades de injerencia, intentando fracturar la fortaleza revolucionaria que caracteriza a Cuba.

El siglo XXI trajo nuevos desafíos para el imperio estadounidense. Con sus ojos puestos en el otro lado del mundo, no vieron con precisión el renacimiento de las revoluciones por toda América Latina. Subestimaron las capacidades de los pueblos latinoamericanos y la visión de sus líderes. Cuando voltearon, ya Venezuela había tomado un camino irreversible, y las raíces de la Revolución Bolivariana estaban extendiéndose por todo el continente. La semilla de esperanza, de dignidad y de liberación que Estados Unidos intentó contener en Cuba estaba germinando por toda la región. Los pueblos se estaban levantando, la llama de la libertad soberana estaba prendida de nuevo. No había marcha atrás.

De inmediato, Washington activó sus redes al sur de la frontera, donde ya desde décadas mantenía grupos paramilitares, organizaciones políticas, medios de comunicación, instituciones y agencias a su servicio. Reiniciaron la maquinaria de agresión, ésta vez a una escala mayor. Las garras imperiales intentaban sumergirse en las tierras libres de Venezuela y luego en Bolivia, Ecuador, Honduras, Nicaragua, y en cualquier rincón que olía a revolución.

El golpe de estado en Venezuela en 2002 fue la primera señal del retorno de la mano imperial de Estados Unidos en América Latina. Washington siempre ha mantenido un alto nivel de intervención en la región para asegurar su dominación, pero con la excepción de Cuba, durante los años previos al inicio de la Revolución Bolivariana en Venezuela había cierta “estabilidad” de la política imperial en las Américas. El modelo neoliberal y la democracia representativa fueron efectivamente impuestos por Estados Unidos en casi todos los países latinoamericanos durante los años noventa. Y cuando Venezuela salió del cuadro, Washington respondió con furia.

Cuando el golpe de estado fue derrotado por el pueblo venezolano junto a sus fuerzas armadas leales, y el Presidente Hugo Chávez regresó al poder, las agencias estadounidenses tuvieron que repensar sus tácticas. Luego vino el paro petrolero y el sabotaje económico, junto al inicio de una brutal guerra psicológica y mediática. Al mismo tiempo, había insurrección en Bolivia. Los movimientos indígenas, los cocaleros y campesinos estaban ganando fuerzas tras el liderazgo de Evo Morales. En Ecuador, el descontento popular con los gobiernos corruptos causó una grave crisis institucional, y la demanda del pueblo para reconstruir un sistema podrido logró sacar gobierno tras gobierno que no representaban sus intereses.

Durante este periodo, Washington estaba moviendo sus piezas, aumentando el financiamiento a los partidos políticos y las organizaciones no gubernamentales que promovían su agenda. Las dos principales agencias financieras de Estados Unidos, establecidas para realizar gran parte del trabajo de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) pero con una fachada legítima, ampliaron su presencia por toda América Latina. La Agencia del Desarrollo Internacional de Estados Unidos (USAID) y la National Endowment for Democracy (NED) cuadruplicaron los fondos entregados a sus aliados en Venezuela, Bolivia, Ecuador y Cuba del 2002 al 2006. Sólo en Venezuela, invirtieron más de 50 millones de dólares en ese tiempo para alimentar a los grupos de la oposición, promoviendo adicionalmente la creación de más de 400 nuevas organizaciones y programas para filtrar y canalizar esos fondos. A diferencia de Cuba, Washington tenía entrada directa dentro de Venezuela, y así comenzaron a ampliar las redes de penetración e infiltración dentro de las comunidades populares, intentando debilitar y neutralizar a la Revolución Bolivariana desde adentro.

Del 2005 al 2006, la USAID reorientó más de 75% de sus inversiones en Bolivia a los grupos separatistas que buscaban socavar el gobierno de Evo Morales. Para el año 2007, el presupuesto de la USAID en Bolivia llegó a casi 120 millones de dólares. El financiamiento a los partidos políticos de oposición y los movimientos separatistas era su trabajo principal. Tan cruda y evidente era la injerencia de la USAID en Bolivia que el gobierno de Evo Morales expulsó al embajador estadounidense, Philip Goldberg, del país en septiembre 2008. Las constantes conspiraciones e intentos de desestabilizar al gobierno de Evo fueron bien documentados y evidenciados. El embajador Goldberg realizaba actos y eventos políticos públicamente dentro de Bolivia con grupos separatistas, en Pleno desafío del gobierno boliviano. Su expulsión fue la marca de una Bolivia soberana, ya no subordinada al imperio estadounidense. De hecho, el presidente Evo Morales es hoy el líder suramericano que más ha actuado con contundencia y dignidad frente a la injerencia imperial en su país. En los últimos dos años, la DEA (agencia antidrogas de EEUU), la USAID, y el embajador de Estados Unidos han sido expulsados por sus constantes violaciones de la soberanía boliviana.

Sin embargo, la agresión continúa
El despertar de los pueblos ha abierto caminos de integración y de unión, que jamás han existido en la historia. La creación de la Alianza Bolivariana para las Américas (ALBA), y su firme consolidación, ha logrado enterrar los esfuerzos de Washington de imponer el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA) en la región. Otras iniciativas, como la Unión de América del Sur(UNASUR), el Banco del Sur, Petrocaribe y Telesur, están impulsando la cooperación Sur-Sur, y ayudando a romper las cadenas imperiales que han mantenido éstos pueblos en la miseria y la esclavitud económica y cultural durante siglos.

Pero Washington no ha sido complaciente frente a la integración latinoamericana. Henry Kissinger dijo una vez que si Estados Unidos no podía controlar a América Latina, “¿cómo iba a dominar al mundo?” La integración y la unión de los pueblos latinoamericanos significan su liberación y su soberanía del poder imperial que les ha dominado desde la conquista. Mientras la integración se consolida, la agresión imperial aumenta.

El golpe de estado en Honduras el pasado 28 de junio de 2009 es un claro ejemplo. Honduras ha sido el centro de operaciones de la CIA y el Pentágono en Centroamérica desde los años cincuenta. Las inversiones multimillonarias que ha realizado Estados Unidos en la base militar de Soto Cano (Palmerola), ocupada desde el 1954, la ha convertido en el punto de lanza para las distintas operaciones y misiones de desestabilización en la región. El golpe de estado contra Jacobo Arbenz en Guatemala en 1954, la invasión a Playa Girón en Cuba, y el entrenamiento de la Contra para neutralizar y destruir a la Revolución Sandinista en Nicaragua y aplastar cualquier otro movimiento izquierdista en la región, fueron planificados y realizados desde Soto Cano. La ocupación militar y el control político y económico de Honduras garantizaba a Washington la imposibilidad del regreso del socialismo en Centroamérica, hasta que llegó Manuel Zelaya a la presidencia.

El golpe contra Zelaya sin duda fue un golpe contra el ALBA y un mensaje a otros países que estaban considerando unirse a esa alianza digna y desafiante de las directivas de Washington. Pero el golpe tomó a muchos por sorpresa, y no era porque las señales no estaban allí. Era porque había un nuevo presidente en Estados Unidos, uno que muchos pensaban era incapaz de ordenar un golpe de estado contra un presidente democráticamente electo. La llegada de Barack Obama a la presidencia de Estados Unidos fue desarmante para los miles de millones que caían bajo la seducción de su discurso sobre esperanza y cambio. Luego de ocho años de George W. Bush y la guerra de terror que lanzó contra el mundo, un mensaje de cambio y esperanza no solamente era refrescante, era necesario para la superviviencia de la humanidad. Pero del mensaje a la acción, hay un largo camino. Y a veces, el mensaje es sólo para distraer y desviar la atención, mientras todo lo demás sigue en marcha.

La Cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago logró bajar la guardia de la resistencia antiimperialista en América Latina. Las sonrisas, abrazos e intercambios de manos, regalos y palabras bonitas entre los jefes y las jefas de estado de América Latina y Obama indujeron un respiro continental, y disuadieron – por un momento – las tensiones. La reacción de América Latina frente a este perplejo representante del imperio no fue cerebral, fue emocional. Porque de haber escuchado bien el discurso de Obama en la Cumbre, sus intenciones imperialistas eran obvias. Llamó a olvidar el pasado, diciendo claramente “no vine a debatir el pasado”, y regañó a aquellos que se quedaban, según él, “atrapados” en el pasado. Es una actitud típica de Estados Unidos: cometer toda clase de atrocidad hoy y mañana decir que hay que olvidarlo. Porque, según la lógica imperial, sin olvido no hay progreso. ¡Claro, porque si recordamos todas sus barbaridades, no seguiremos permitiéndolas! Para los que sufren por las acciones y decisiones de Washington, está prohibido olvidar. Para nosotros, sin memoria no hay futuro.

A su salida de la cumbre, Obama declaró ante la prensa que su objetivo era “recuperar el liderazgo y la influencia de Estados Unidos en América Latina”. Más claro no canta un gallo. Y la secretaria de Estado Hillary Clinton, respondiendo a una pregunta de la prensa en camino a la cumbre, sobre si su administración consideraba a América Latina importante, exclamó: “por supuesto, ¡es nuestro patio trasero!”

Así que las señales estaban claras, para quienes no se permitían la ceguera temporal, de que el imperio seguía siendo el mismo imperio. Si este hecho no fue suficientemente evidenciado por el golpe en Honduras, el anuncio pocos días después del acuerdo militar entre Estados Unidos y Colombia para ocupar siete bases militares en el país suramericano no dejaba duda ninguna.

La expansión militarista de Estados Unidos en América Latina a través de este acuerdo militar con Colombia, y ahora también otro con Panamá para ocupar dos bases navales en la costa pacífica, es la más grande de toda la historia. La reactivación de la Cuarta Flota de la Armada en julio 2008 ya era alarmante. No existe explicación ninguna para una presencia militar tan grande aparte de la indiscutible intención de Washington para asegurar su dominación y control sobre los recursos estratégicos en esta región. Si es necesario utilizar la fuerza para lograr su objetivo, lo harán. Y nadie puede negar que la simple presencia de la fuerza militar más feroz del mundo representa una amenaza a cualquiera que no se arrodille frente a su poder.

Para el año 2010, el gobierno de Obama ha solicitado el presupuesto de defensa más alto de la historia: 872.6 mil millones de dólares. Los presupuestos de las agencias de subversión, la USAID y la NED, han aumentado en 12%, y más que todo para su trabajo en América Latina, donde están destinados 2.2 mil millones de dólares. De esa cifra, casi 450 millones de dólares son para el trabajo de subversión directa en la región, clasificada bajo lo que Washington llama “la promoción de la democracia”.

Los textos seleccionados para este libro, La Agresión Permanente: USAID, NED y CIA, ilustran la constancia de la injerencia y su adaptación a las cambiantes circunstancias en América Latina. Nosotros, los autores, Jean Guy Allard y mi persona, somos investigadores dedicados desde hace muchos años a descubrir, analizar, monitorear, revelar y denunciar la injerencia y subversión imperial en América Latina, en todas sus formas.

Con este conjunto de ensayos, queremos evidenciar la permanencia de la agresión de Estados Unidos y sus aliados contra los movimientos revolucionarios de América Latina. Queremos demostrar que esa agresión no cesa simplemente porque un hombre de distinto color ocupa la posición de mando en Washington – más bien, como verán en las siguientes páginas, las amenazas imperiales se están intensificando y el peligro crece cada día.

Las palabras de Henry Kissinger nos indican la razon detrás de esta escalada de agresiones contra América Latina. Si ya no dominan al sur de su frontera, ¿cómo mantendrán su dominación mundial?

En un mundo multipolar, no hay imperios. La integración latinoamericana significa la decadencia del imperio estadounidense, y esa gran bestia peleará con toda su fuerza hasta el último momento.

Pensamos que hay una urgencia para alertar a los pueblos frente a lo que vemos es una nueva etapa —más peligrosa— de injerencia. El “smart power” (poder inteligente) de la administración Obama ha logrado bajar la guardia de los pueblos, y hasta algunos piensan que por haber ganado el “Premio Nobel de la paz” Obama estará obligado de construir la paz mundial.

Mientras tanto, las bombas caen con más frecuencia sobre Afganistán, la guerra continúa en Irak, Pakistán e Irán están en la mira, América Latina recibe “siete puñales en el corazón” con las bases militares en Colombia, la subversión y contrainsurgencia aumentan, y dentro de Estados Unidos, crecen la miseria, el desempleo, la pobreza y la represión.

Con este libro, también lanzamos el Centro de Alerta para la Defensa de los Pueblos, como un espacio de combate para mantenernos informados sobre las nuevas estrategias y tácticas de injerencia y subversión, y su aplicación contra nosotros.

Y hacemos un llamado para unir a nuestros esfuerzos y conocimientos para combatir lo que percibimos es una agresión colectiva contra todos los pueblos desafiantes que resistimos las imposiciones imperiales.

Noam Chomsky dijo que la integración “es una condición previa para la independencia; si están separados los van a atacar uno a uno, pero si están integrados habrá cierto tipo de defensa.” Frente a la agresión permanente contra nuestros pueblos, llamamos para construir la defensa colectiva.

Que este texto sirva como arma para la conciencia en la batalla de las ideas. (EG)

[Libro completo disponible aquí]

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2 Las respuestas a “20. AGRESIÓN PERMANENTE USAID y CIA”

  1. HERMOGENES MEJIA POSADA

    excelente.Muy bien que podamos contar con ustedes para tener una informacion mejor

  2. Amaru Uscamayta

    Gracias por la información, la información es poder y el poder tiene que ser para el pueblo. Muy agradecido.

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