Carlos Macusaya: Encendiendo la pradera andina

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¿Encendiendo la pradera andina?
Meteorito Macusaya

katari.org
Carlos Macusaya ha escrito un libro de combate cuya ambiciosa combinación de historia, crónica y reflexión tiene el principal mérito de incomodar e ir en contra de un conjunto de sentidos comunes cómodamente instalados en el mainstream progresista. El autor emprende, así, tres tareas que, desde mi parecer, cumple con prolijidad, ya que, estemos o no de acuerdo con él, hace que no podamos retornar a nuestras trincheras impunemente.

En primer lugar, Macusaya realiza una minuciosa y rica revisión de las corrientes indianistas y kataristas, presentándonos amenamente sus hitos, avances, reflujos y actualidades, siendo destacables sus apreciaciones en torno al indigenismo y a los indianismos.

Se trata de un debate que en el Perú ha recobrado cierta vigencia en la academia a propósito del aniversario de los 50 años de la Reforma Agraria y las ulteriores publicaciones sobre de la figura de Túpac Amaru. No obstante, las intenciones del autor difícilmente pueden etiquetarse como académicas, pues el libro pretende ser sobre todo un llamado a la acción política en busca de un sujeto revolucionario tanto en Bolivia como en los demás países andinos.

Lo mencionado nos lleva al segundo propósito del autor, que es presentarnos los avatares del sujeto político racializado. Un ejercicio desestabilizador mediante el cual se disecciona el racismo boliviano identificando tanto el autodesprecio de dicho sujeto como su idealización romántica en tanto etapas constituyentes de un proceso maduración política que no termina de cuajar y que están más allá de las políticas de reivindicación identitaria del Movimiento al Socialismo y del gobierno pretendidamente indígena de Evo Morales.

Aquí conviene detenerse para resaltar la pertinencia y utilidad del libro en la urgente tarea de desmitificar las “retóricas indigenistas” interculturales, “descoloniales” y exóticas que no hacen sino deformar el sentido de la lucha cultural y política de los y las quechuas y aymaras, ya sea bajo un indigenismo ventrílocuo e inofensivo u obsesionándose con un pasado idílico que se supone ha de volver del más allá con rituales y sortilegios que Macusaya llama muy bien “pachamamadas”.

Y, finalmente, el autor llega a su clímax polémico al dirigir su artillería más pesada contra la autodenominada descolonización del Estado Plurinacional de Bolivia, un sostenido proceso de reformas en materia constitucional y cívica que, si bien ha producido importantes avances en cuanto a la democratización del país –en opinión del autor–, no deja de estar piloteado por una reducida “elite blancoide” que mantiene instaladas lógicas coloniales de dominación cultural y política.

Y es que, a diferencia del Perú, donde al parecer la narrativa identitaria dominante es la del mestizaje (o choledad) feliz, en Bolivia la etnicidad ha configurado en las últimas décadas aspiraciones nacionales de gran alcance, las cuales incluso podrían disputar las propias nociones de pueblo y soberanía que sostienen la legitimidad del Movimiento al Socialismo.

En ese sentido, considero que la propuesta de Macusaya ofrece un doble aporte al debate identitario y cultural peruano, pues, por un lado, brinda insumos para un análisis comparativo de nuestros desenvolvimientos societarios–principalmente respecto del Sur–, y, por el otro, nos trae elementos analíticos que bien pueden ser puestos a prueba para pensar nuestros casos crónicos de centralismo gubernamental, racismo institucionalizado y una acuciante ausencia de proyectos nacionales.

Además, resulta inevitable reexaminar nuestras elites criollas abierta o solapadamente racistas, pero sobre todo a estas últimas, dado que frecuentemente se presentan como interculturales, paternalistas e inclusivas al igual que las que denuncia el autor para el caso boliviano. Sin embargo, ambas, aunque con discursos y prácticas bastante distintas, terminan reproduciendo la colonialidad del poder aún en el siglo XXI.

Bienvenida sea la polémica en la pradera andina.

Pável Aguilar Dueñas Antropólogo NOR – Instituto de Investigación en Ciencias Sociales Jesus María, Lima, febrero de 2019 11

Meteorito Macusaya

Carlos Macusaya es un pensador inclasificable en un mundo que todo lo clasifica. El lector peruano que se interne en este libro querrá atraparlo con las palabras que nos son comunes a los peruanos.

¿Es un indígena?  ¿Es un indio?  ¿Es un cholo?

Y, por supuesto, cualquiera de estas armas resultará inútil. A Macusaya hay que leerlo con los sentidos muy abiertos y con la expectativa que uno puede deparar a experiencias llamadas a remover lo que sabes y lo que eres. Terapia, psicoanálisis y ayahuasca. Hay quienes sentirán que no son los mismos después de conocerlo. Uno puede entrar a este libro como un cholo paria de la ciudad y salir de él siendo un indio en busca de su destino.

Los países, las fronteras y las identidades son ficciones bastante reales. Inventamos guerras por ellas, como si pelear con otros fuera un camino para entendernos:

¿Quiénes somos?  ¿Qué somos?  ¿Quién es el otro?  ¿Soy el otro?  ¿Soy el otro otro?

Este libro se llama Batallas por la identidad y es la epopeya del Estado Plurinacional de Bolivia, cualquiera sea el significado de esa soberana y admirable ficción cuyos íconos mediáticos, a la distancia, son tanto Evo Morales como la cholita paceña, el teleférico de La Paz como el cholet.

Ese país, Bolivia, que a ratos parece un sueño futurista y a ratos, solo una proyección de ese mundo colonial del cual no hay manera de independizarse aún y cuyo lenguaje seguimos usando para llamarnos mestizos, cholos, indígenas y blancos. Estas categorías son un paisaje común a ambos lados del Titicaca; aún más, con diferentes denominaciones, son el terreno de las batallas identitarias de gran parte de América Latina.

Carlos Macusaya narra las incidencias del debate identitario de su país y lo hace con el genio de los cronistas que logran describir problemas universales sin salir de casa. Macusaya es un ensayista frontal y su lenguaje directo y transparente parece ser el reflejo de una manera de pensar que detesta los rodeos, los palabreos y la edulcoración.

Su estilo es una ética y una economía. Unas ganas urgentes de no perder el tiempo y de decir lo que tiene que decir. Su prosa tiene tanta belleza como energía, y un tono amigable e intenso. Leerlo es escucharlo. Es asombroso que alguien logre moverse con esa maestría en un terreno lleno de piedras y caminos sin salidas como es la identidad. Pero Macusaya es un maestro y no hay que tener reparos en ponerlo a la altura de las grandes voces que admiramos y con quienes discutimos, cada quien en nuestros altares personales.

¿Qué es ser mestizo? ¿Todos somos mestizos?

Para autores como Vargas Llosa, ese espejismo resulta una condición y hasta un indicador del desarrollo, el mundo al que nos dirigimos los latinoamericanos para vivir en paz unos con otros. El mito del mestizaje, por supuesto, es como el horizonte dibujado en una pared: Una broma de mal gusto que muchos dan por cierta, aunque todas las alertas nos prevengan de lo contrario. Indio con blanco sigue siendo indio. Esta fórmula, que para algunos será un fatalismo, para otros será una herramienta de reivindicación.

El indio carga con el estereotipo de ser un ente congelado en el tiempo. Sin embargo, la aristocracia, un sector teóricamente liberado del pasado gracias a la educación y al dinero, arrastra un sentido de casta que parece dialogar con las fantasías de Game of Thrones, allí donde la pureza máxima parece ser el incesto.

“¿Cuándo y dónde un Ballivián se ha casado con una Juana Apaza o un Mamani con una Paz Estenssoro?”, dice Fausto Reinaga citado por Macusaya. En el Perú, solo tendríamos que cambiar los apellidos.

¿Cuándo y dónde una Brescia se ha casado con un Chuquihuaccha? ¿Un Berckemeyer con una Condori? Las clases altas blancoides, a pesar de su endogamia, casi nunca son descritas como primitivas. La antropología, esa narrativa del “otro”, nos debe mucha literatura al respecto.

El mundo donde nacen estas preguntas ya no es el del milenio pasado sino el actual, el de los drones y la exploración de Marte, aunque esto no signifique mucho. Las reglas de juego de nuestras sociedades son abiertamente coloniales en la misma medida en que lo son sus diversos actores y mentalidades.

La mala noticia es que las independencias y las repúblicas no desmontaron esos sistemas de vida y pensamiento, sino que muchas veces les echaron abono (incas sí, indios no, como diría Cecilia Méndez Gastelumendi). Hoy es perfectamente posible que la identidad indígena sea materia de terroríficas discusiones legales por parte de autoridades blanco-mestizas que jamás formularían las siguientes preguntas para sí mismos: Si un indígena va a la universidad,

¿deja de ser indígena? ¿Deben los indígenas probar que son indígenas mediante pruebas de ADN? ¿Puede un indígena que vende caramelos usar el baño de un restaurante de cinco tenedores? ¿Por qué los indígenas suelen ser tratados como extraterrestres? ¿Debe seguir usándose la palabra indígena?

Estas cuestiones surgen, sí, en una sociedad racista donde quien eres y que eres (en tanto sujeto racializado) determina cómo te tratan y cual será tu destino. Pero la denuncia no basta, dice Macusaya. “El racismo no solo debe ser denunciado, debe ser analizado y estudiado, pues para enfrentarlo se necesita comprenderlo”. El principio es hondo y lógico.

¿Cómo podemos solucionar algo que no terminamos de entender?

Además interpela a nuestros Estados republicanos, llenos de personas de buena y mala fe (da lo mismo) que gobiernan realidades que no quieren comprender. Esta edición de Batallas por la identidad aparece en el Perú en un momento propicio, pues, de cara al próximo Bicentenario, las autoridades y los ciudadanos nos encontramos en una posición reflexiva inédita.

Junto a los discursos solucionistas (vamos a resolver esto) y superficialmente optimistas (dejemos atrás el pasado), que son maneras de rehuir del dolor de cabeza de la historia, también hay espacios para la incomodidad de pensar y pensarnos; y la de mirar y mirarnos. En definitiva, la incomodidad de reconocernos diferentes y de asociar esas diferencias a deudas, privilegios, narrativas y distribución del poder.

Bienvenidos al mundo de Carlos Macusaya.

Marco Avilés  Periodista  Bellavista,  Callao, febrero de 2019

Ver todos los libros –>> En la seccion de PAGINAS nr. 31

 

Entrevistas a Carlos Macusaya en youtube

Una respuesta a “Carlos Macusaya: Encendiendo la pradera andina”

  1. Manuel

    Muy buen trabajo. Jallalla !!! hermanos

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