Ser quechua es ser un ciudadano del mundo

Ser quechua es ser un ciudadano del mundo

Miguel Ángel Farfán / ojo-publico.com / katari.org
Tiene 27 años y acaba de lanzar su segundo disco de rap. Se reconoce como un ciudadano quechua y apunta a que su música, su lengua, se escuche en otros países en muy corto tiempo. Es el tercer integrante de una familia apurimeña en dedicarse a la música, pero será el primero en ser profesional.

 

También es el autor del primer sencillo del disco «Chiqapwan Takisunchis» (Hablemos con la verdad), producido por OjoPúblico como parte de un esfuerzo para combatir la desinformación en un país polarizado y en plena crisis política y sanitaria.

Kay llaqtaymanta ñuqam purichkani
Estoy caminando desde mi pueblo
kay rimaykunata ñuqam rapeachkani
estoy rapeando estos versos
an chaynata qam uyarichkanki
es así que tú estás escuchando
taksaymanta urqukunapi takiq kani
desde pequeño soy cantor en los cerros

Una historia desde adentro

Umamarca, o ‘tierra principal’ en lengua quechua, es un pequeño centro poblado, ubicado por encima de los tres mil metros sobre el nivel del mar, en la región Apurímac. Tiene casas de adobe y techos de calamina y teja andina. Sus calles son de tierra y el único espacio de cemento es una plaza coronada por la estatua del guerrero Tumay Huaraca, un curaca chanka que fue el segundo al mando en una expedición contra los incas.

Todo el lugar está flanqueado por campos de cultivo y montañas que al bordearlas conectan con otras localidades, como Marcobamba, Villa Santa Rosa y Ccallo Occo. Por esas trochas solía viajar el señor Ricardo Flores Huamaní, abuelo de quien sería años después Liberato Kani.

Él cantaba huaynos a mediados del siglo pasado en todas las fiestas costumbristas de la zona. En especial en el Toro Pukllay (corrida de toros) o en la fiesta de la Virgen de las Nieves del 5 de agosto. Era un artista en los días de celebración, pero el resto del tiempo era dueño de una tienda de abarrotes y juez de paz de la localidad.

Flores Huamaní tuvo cinco hijos a los que inculcó por igual el arte que tenía en la sangre. Pero solo uno, el segundo, llamado Lourdio, lo imitó. Desde los tres años, ese pequeño incursionó en el baile. Se hizo diestro en la danza Pastores y Huaylias, que debe realizarse con suecos o con bloques de madera amarradas a las plantas de los pies, al compás frenético del arpa, del violín y de unas sonajas. A los nueve años, al convertirse en un experto de ese ritmo, pasó a la danza de tijeras, con igual destreza.

—Cuando tenía diez años, iban a contratarme para bailar, y yo encantadísimo de hacer lo que hacía —dice el señor Lourdio Flores desde Umamarca, donde ahora tiene un programa radial en el que difunde la música andina y habla sobre la defensa de la tierra y del agua.

Durante su niñez, gracias a su arte pudo recorrer varias zonas, como Huayana,  Aymaraes, Sucre, Paico. Un periplo que se mantuvo hasta marzo de 1987, cuando su padre fue asesinado en un atentado terrorista, un suceso que fue recogido en el Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación Nacional (CVR). Fue la única víctima de aquel ataque.

Para que no le sucediera lo mismo, el joven Lourdio Flores, entonces de 16 años, viajó a Andahuaylas y allí logró terminar el colegio. Pero el arte no lo dejaba, tampoco la rabia que tenía contenida en su interior. Así que empezó a escuchar música y a cantar.

Un día de 1989, se enteró de un concurso de cantautores. El premio era ciento veinte dólares.

—Armé mi canción a mi manera sobre la justicia que no nos alcanza y sobre la subversión que mataba con nosotros al medio —dice ahora, sin una pizca de resentimiento en la voz.

Al final, ganó el certamen y con lo que le tocó del premio, luego de repartirlo con un violinista y un arpista, compró un saco de arroz y un saco de azúcar. Se los dio a su madre —la señora Cirila Francisca Aiquipa Anca— para que los pudiera vender y con el resto (menos de cincuenta soles) viajó a Lima para buscar un nuevo futuro. Teodora Carrasco Urpi, su futura esposa y madre de sus hijos, lo acompañó en ese escape.

En la capital hizo de todo, como la mayoría de migrantes de los Andes. Y encontró en la costura de mochilas y maletines su forma de subsistencia. Cuando logró estabilizarse, volvió a combinar su vida cotidiana con  sus presentaciones de fin de semana como el Picaflor de Umamarca en locales comunales, ferias y fiestas costumbristas.

También hacía viajes a pueblos de Apurímac. Picaflor de Umamarca afirma que ha grabado más de 30 discos y que ha tocado con más de 80 artistas. En su canal de YouTube tiene más de 160 videoclips, uno de los cuales tiene cerca de 200 mil reproducciones.

En 1993 nació en Lima Ricardo Hildemaro Flores Carrasco. El primer nombre lo eligió su padre, en honor al patriarca asesinado de la familia. El segundo lo eligió su madre porque le gustaba la salsa. Dice ahora el señor Lourdio Flores que el niño era muy inquieto y hábil desde niño, que bailaba muy bien y que incluso ganó algunos concursos. Pero no quería que se convirtiera en artista. O quizá sí, si cantaba huayno, toril o carnavales.

Pero al niño Ricardo solo le gustaba el techno, ese ritmo de música urbana que surgió en Estados Unidos a mediados de los años ochenta. Su único acercamiento con el quechua era el del misterio: sus padres y sus tíos lo usaban cuando no querían que él se enterara de algo. Recién ese viaje hacia la tierra de sus padres, hacia la casa de su abuela en Umamarca, hizo que encontrara su identidad.

—En la sierra sucedió un cambio total en mi vida, en mi forma de ver las cosas, en mis gustos, en mis sensaciones —recuerda Liberato Kani, mientras sigue esperando la salida de su avión.

Al volver a Lima, a los 11 años, ya no era el mismo. Primero su padre se sorprendió de que supiera hablar en quechua. Luego de que le gustara el huayno y el toril. Sin embargo, Ricardo Flores aún escondía su identidad en el barrio, en el colegio. No quería ser discriminado como sí lo eran otros chicos que llegaban de los Andes y eran hostilizados por arrastraban su forma de hablar. Si algo hizo que pudiera sacar y gritar su identidad fue la cultura hip hop, a la que se hizo adepto desde los 13 años.

—El rap era tan chévere como el toril. Hasta yo los comparaba porque ambos son rimados. Sus subidas, sus bajadas, su forma de estructurar son muy parecidas, wow. Fue bien loco —cuenta Liberato Kani, con un entusiasmo repentino—. El hip hop me dio una salida para poder decir lo que yo quería decir, para recitar lo que tenía en el corazón.

—¿Qué era eso que tenías en el corazón? —le pregunto.

—Uff, recuerdos, metas, sueños, vivencias, un poco de coraje, rebeldía, ya todo, todo. También momentos tristes, porque no tenía a mi madre, porque mi familia pasaba por momentos difíciles.

—¿De eso hablaban tus primeras canciones?

—Sí, pero yo trataba de que mis letras tengan un mensaje de superación, de fuerza, de resistencia.

Lo universal de lo local

Es febrero de 2021 y ha pasado más de un mes desde que Liberato Kani regresó de Ecuador. Sus últimas semanas han seguido siendo frenéticas porque está promoviendo su álbum «Pawaspay». Sin embargo, ahora su mayor preocupación son los exámenes finales que tiene en la universidad.

El rapero quechua más influyente de la escena local pronto se graduará de docente de Historia por la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle, La Cantuta. Su esfuerzo tiene como raíz una deuda pendiente que tiene el señor Lourdio Flores.

—A mi padre le hubiera encantado estudiar —dice Ricardo Flores por teléfono, desde su casa de San Juan de Miraflores, donde otra vez se ha quedado solo ante el nuevo confinamiento decretado por el Gobierno—. Pero no pudo porque se quedó huérfano muy joven y no tenía la economía. Yo le voy a dar mi título y le voy a decir: ‘Ya está, viejo. Cumplí’.

Aunque al rapero no le guste del todo que se superponga su identidad y su lengua por encima de su música, es inevitable hablar de su relevancia cultural y social. O no ver en él un símbolo intercultural de estos estos tiempos.

La sociociolingüista Rosaleen Howard, profesora en la Universidad de Newcastle (Inglaterra) e investigadora del quechua, escribió que “la migración afecta la biografía lingüística del individuo: las lenguas (sobre todo las nativas) se abandonan, se olvidan, se sueñan, se recuperan, y se redescubren, en el transcurso de una sola vida, o en la transición de una generación a otra”.

Liberato Kani (Soy libre, en latín y quechua) ha surcado ese ciclo en el trayecto de su vida. Aunque no lo diga como parte de su discurso, es víctima del desplazamiento interno por el terrorismo, como lo son todos los familiares que tuvieron que dejar en algún momento sus tierras debido a los atentados de la violencia política.

Es reflejo de la migración del campo a la ciudad. Es parte de una generación que convivió entre las manifestaciones autóctonas y las formas de vida de la ciudad. Y ahora es un artista que ha escarbado en sus raíces para hacerse más fuerte y auténtico.

—Lo interesante de Liberato es que conecta la tradición de su lengua, el quechua, con las expresiones globales de protesta de la actualidad —dice el literato y docente peruano Américo Mendoza-Mori, desde la Universidad de Pensilvania (EE.UU.), donde dirige el Programa de Quechua—. Él está reivindicando al quechua como lo hacían en el Bronx los primeros artistas de hip hop con su cultura. Está inserto en estos tiempos y además tiene el mérito de ser un buen artista.

Mendoza-Mori invitó a Liberato Kani en el 2018 para que pudiera ser parte de un evento que difunde esa lengua originaria entre estudiantes de diferentes universidades. Cuenta que algunas personas tuvieron que tomar un vuelo de más de cinco horas, desde California, por ejemplo, para poder verlo y escucharlo. Y que no todos necesariamente eran migrantes o descendientes andinos. Pero todos conectaron con su mensaje, con su música.

—Él mismo quedó sorprendido de lo universal que es su mensaje —recuerda Mendoza-Mori, quien además fue asesor de quechua para una película de Paramount Pictures—. Porque él es muy limeño, muy urbano en cierto sentido, pero también abraza su condición de andino. Esa combinación está ayudando a que el quechua tenga mayor aceptación en audiencias más grandes.

Quizá este sentido universal es el que hace que muchas personas deparen un pronto camino a la internacionalización de Liberato Kani. Mendoza-Mori piensa eso, pero también el productor Antonio Rodríguez:

—Su música, su propuesta como está ahorita, es exportable —dice Rodríguez—. La música ya no se puede decir que le pertenece a alguien o a un país. El quechua tampoco nos pertenece solo a nosotros. La música en todo el planeta tiene un solo lenguaje de comunicación. Por su calidad, Liberato tiene cómo llegar a mercados nuevos.

—El gran reto que sigue para Liberato Kani es la internacionalización —dice Daniel Coronel, su promotor y parte de su ayllu (familia) o crew—. Hay un espacio muy interesante para su propuesta más allá del Perú. El futuro del quechua no es quedarse en lo rural. Si pasa a la ciudad, a los nuevos medios de comunicación, a otros mercados, tiene oportunidad para continuar.

La convicción de Coronel tiene que ver con su historia personal. Él escuchó por primera vez a Liberato Kani en la televisión, en una emisión del programa Miski Takiy (esa presentación ha sido vista en YouTube por más de 130 mil personas, es decir 70 veces la población de Umamarca).

Le gustó tanto su música que empezó a seguirlo por redes sociales. Cuando lo escuchó al fin en vivo, en la presentación de la revista “Atuqpa Chupan” en la feria de libros usados de Amazonas, la más grande de Lima, sintió que sus letras conectaban por completo con él.

Coronel, que estudiaba Economía en la Pontificia Universidad Católica por ese entonces, es hijo de padres huancavelicanos, quechuahablantes, y dirige una organización que promueve la lengua y la cultura andina, llamada Huwan Yunpa.

Se hizo amigo del rapero con el tiempo y ahora ha auspiciado con su institución el lanzamiento de su disco y la realización de algunos videoclips. Está convencido de que con su arte, con su lengua, con su identidad,

Liberato Kani tiene un camino largo por recorrer. Entonces, recuerdo una parte de la conversación que tuve con Ricardo Flores cuando estuvo a punto de alzar vuelo fuera del país:

—Hay muchas oportunidades para hacer con el quechua. Yo aprendí quechua para construir un futuro, para construir una vida.

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