Perú: Con los pelos de punta

Con los pelos de punta

Si la minería fuera sinónimo de bonanza, las poblaciones que viven en Cerro de Pasco, Apurímac, Huancavelica y otras, gozarían del mayor bienestar.

Gustavo Espinoza M. / katari.org
Hay determinados temas, o propuestas, que simplemente espantan a ciertas gentes. Hablarles a las presentadoras de la tele, o a ciertos periodistas, de la necesidad del control de cambios, les suena a una herejía intolerable.

Plantear la necesidad de establecer topes a los intereses bancarios, les luce espantoso.  Les pone los pelos de punta. En el fondo, es el miedo a la victoria del pueblo lo que los aterra.

No saben qué hacer, dónde ponerse, qué decir. Apenas balbucean algunas frases asegurado que eso “no puede ser”; que eso, “es imposible”.  No les cabe en la cabeza que alguien se atreva a proponer algo que juzgan demoniaco, siniestro, alevoso, absolutamente inconcebible.

Leímos hace algunos días en un diario local una afirmación en el mismo sentido: “Espantando la inversión extranjera”, decía la nota en la que se comentaban declaraciones atribuidas a un candidato presidencial.

Este, había tenido la osadía de considerar “inviables” dos proyectos mineros: Tía María y las Bambas. Para el diario aludido, esa afirmación era inaudita y ciertamente intolerable. Pretender llevarla a la práctica, era generar el colapso de la minería, y el fin de las inversiones en el Perú de hoy. ¡Ni hablar!

Y es que para ellos, la inversión minera es por sí misma, símbolo de progreso, desarrollo, bienestar y bonanzas. Para ella debe establecerse, entonces, la prioridad de las prioridades. Ponerla por encima de todo: la vida rural, la población campesina, la producción de alimentos, la protección de las aguas, la vida del ganado.

Nada de eso es más importante –dicen- que entregarle a la Souther yacimientos mineros y, con ellos, oro, plata cobre y otras riquezas.

No es difícil rebatir tamaña insensatez: si la minería fuera sinónimo de bonanza, las poblaciones que viven en Cerro de Pasco, Apurímac, Huancavelica y otras, gozarían del mayor bienestar.

Tendrían hoy mismo vigorosas plantas de oxígeno, hospitales de primer nivel, camas UCI en abundancia, escuelas y colegios altamente calificados, viviendas lujosas y hasta privilegios exquisitos: piscinas en casa, saunas domésticas, clubs sociales, lagos artificiales y mucho más.

Pero ocurre que no tienen nada ¿Es que son tan torpes que no reparan que pueden vivir en la gloria con la inversión minera que reciben?  El tema, es otro.

Aún no hemos derrotado a la infausta pandemia que hoy agobia al mundo. En estos once meses de privaciones colectivas, ¿qué ha comido la gente? ¿Pepitas de oro? ¿Tabletas de plata? ¿Macerado de cobre? ¿O abundantes billetes verdes que han alimentado el alma de cada uno de los peruanos?

Hay que tener siquiera dos dedos de frente para percibir una realidad irrecusable: en estos tiempos de crisis hemos comido cada día los productos de los valles andinos y costeños.

Nos hemos alimentado de papa, yuca, camote, maíz, quinua, arroz y otros productos que han servido para nutrir a los peruanos y asegurar que nadie muera de hambre.  Y los productos han salido del Valle de Tambo, de las regiones andina del Cusco, de las cuencas lecheras de Cajamarca.

No ha sido “la inversión minera” la que ha salvado a nuestros compatriotas. Ha sido la alimentación popular muchas veces administrada en Comedores Comunitarios, la que ha permitido salir adelante a millones de hogares en nuestro país. Pareciera, sin embargo, que hay quienes ni cuenta se dan de eso.

Pero hay más, cuando se trata de enfrentar la crisis algunos buscan lucrar con las apremiantes necesidades de la mayoría. Y entonces ponen precios prohibitivos a lo que pueden ofrecer: camas, balones, laboratorios.

Hay que neutralizar eso, controlar precios, bloquear la especulación, restituir las cosas a su verdadero costo, e impedir que el sistema financiero haga su agosto acogotando a los deudores en los bancos. Eso ¿es un crimen?

Quienes sostienen esa política, aseguran que no se puede “atentar contra el libre mercado”. Y para ellos, la libertad de mercado consiste en permitir que quienes tienen la sartén por el mango, cobren lo que les dé la gana a las poblaciones más famélicas y que ésta, si no pueden, pagar, simplemente se mueran. Pensar de otro modo, es “chavismo”.

En Bolivia, antes de Evo las empresas mineras se llevaban el 83% de las utilidades y dejaban al Estado el 17%. Cuando caducaron los contratos que habían suscrito con el Estado Boliviano, Evo dispuso que se invirtieran los términos de los mismos: 83% para Bolivia, y 17% para las empresas explotadoras del mineral.

En un inicio las empresas rechazaron la oferta, protestaron por ella, dijeron que la iban a denunciar, que era inadmisible. Pero, finalmente, acataron. Y ahora se norma así la explotación minera en el país altiplánico.

Por eso el Estado Boliviano ha logrado avanzar y resolver muchísimos problemas de la población. Por eso fracasó el Golpe contra Evo, y sus autores tuvieron que “devolver el Poder” que habían birlado. ¿Es difícil entender eso?

Los bolivianos no son comunistas, socialistas ni chavistas. Son simplemente bolivianos.

Nosotros podremos, finalmente ser peruanos, aunque eso les ponga los pelos de punta a las niñitas de la tele y a sus acólitos.

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